viernes, 24 de agosto de 2012

Días 16 y 17: 17 y 18 de Julio y los útlimos días.

Días 16 y 17: 17 y 18 de Julio y los últimos días: Son las 16:15 horas del día 24 de Agosto de 2012 en el despacho de Alfarrasí. Abro el facebook, en los amigos conectados encuentro al sacerdote de Kara, con quien compartimos su ordenación sacerdotal y viví la Primera Misa, Ama-Edi Didier Meba, el joven togolés Charles y mis compañeros “togolitos” Cecilio, Silvia y Mireia. De un modo u otro conectados al facebook, la ventana que me permite compartir las fotos y lo vivido. Quedan en este diario unas páginas pendientes. Son los recuerdos de los últimos días, escritos en España con el corazón en el Centro Salesiano Don Bosco de Kara. Mientras un clarinete suena, recuerdo el día 16 de estancia en la misión, el 17 de Julio. Comenzó el día, el Padre Rafael nos llevó a Antonio y quien os escribe a la vivienda de un poblado. Comenzaba a bendecir las casas de este poblado, el que tenía los hogares más cercanos. Vestido con el alba y la estola, acompañado por el catequista. Comencé la tarea. Después el padre nos llevó a otra casa y a partir de entonces desde las 9 de la mañana a bendecir las casas. Fue caminar y caminar, bajo el sol tropical, por senderos, bosques, maizales, una detrás de otra, acompañado por los fieles, rezando el rosario, escuchando los cantos a María de quienes me guiaban por los poblados. Pronto reconocí el lugar. Para mí era especial aquella comunidad. Mi primera. La que me encontré hacía un par de domingos, la de la escuela convertida en Iglesia y la promesa de volver otro año. La abundancia de personas ciegas y la presencia de un joven albino fueron los indicios para descubrir esta comunidad. Caminar y caminar, las diez, las once, las doce, la una, las dos. Una casa y otra. Sí, pues claro, estaba cansado y lo peor, tenía sed y aún teniendo ante mi agua no podía beberla. Me encontraba en África y era feliz. El sol provocó una quemadura en mi cuello, la cual aún permanece y lentamente va sanando, entre el alba y la estola. Pero me sentía dichoso con aquella gente. Las dos, proseguíamos bendiciendo. Una llamada del Padre Rafael, aún quedaban cinco casas. Pero había de regresar a comer. Y así fue, éstas serían bendecidas por él. Más de treinta hogares cristianos donde entré en sus habitaciones, las bendije, además de las estampas, cuadros, aperos de labranza, cosechas, animales domésticos,… Agua ante mí, oración de bendición y una gran sed. No me importaba. Volvería a vivirlo mil veces. “Regresamos, nos espera el Padre Rafael”, intuí en las palabras en francés que me dirigió el catequista. Y a caminar por la carretera, vestido con el alba. Reencuentro, a la Parroquia y a casa. Allí nuestros togolitos no se encontraban, pues habían sido invitados por el antiguo consiliario a comer. Y delante de mí el manjar más delicioso que un ser humano puede encontrar: agua. Sí, confieso que llené con devoción y veneración el vaso, lo acerqué a mis labios y saboreé cada sorbo. Nunca creí que el agua fuese tan sabrosa, tan rica, tan dulce. Nada comparable con un vaso de agua. Al final es lo único importante. Podemos beber otros líquidos, pero nada comparable con el agua. Os confieso, desde entonces he descubierto su valor y la sustituyo muchas veces por otras bebidas o refrescos. La hermana agua, “casta, humilde y preciosa en su candor”, le cantó el “Pobrecillo de Asís”, Francisco. Comida y regreso de mis hermanos togolitos. Tiempo de descanso, para proseguir con las compras. Los vendedores nos esperaban a la puerta del convento, entre ellos un pastor protestante, quien reventó los precios respecto de los otros dos y cada uno a pensar en sus gentes y en los regalos: mascaras africanas, las que son expresivas, la Virgen de la Esperanza que me acompaña en mi despacho de Montaverner, Nuestra Señora de la sencillez, cuyos ojos me miran en estos momentos, Santa María de la Dulzura en la sacristía de Alfarrasí,… regalos y obsequios del África profunda. Y después de gastarnos unos cuantos miles de francos CFA, descanso. A las 18 horas con el Padre Rafael partí hacia la Iglesia y allí mi última misa. ¿Qué sentí? La Iglesia me atrapaba, era como un invisible imán que me impedía caminar mientras avanzada en la procesión de entrada, acompañado por los dos monaguillos y el Padre Rafael. Una voz, diréis la imaginación, me decía, “no te vayas”. Confieso que no me hubiese ido. Pero la vida del sacerdote está en manos de Dios, cuando seas anciano, es decir, “presbítero” extenderás las manos y otro te llevará donde no quieras ir. Después de resucitar se lo dijo Jesús a Pedro, en la orilla del lago de Getnesaret, refiriéndose a la muerte que iba a sufrir. Pero ¿por qué no se referiría también al sacerdocio? Al finalizar la misa, el catequista subió con una mujer enferma. Allí impartí mi última bendición, rondando las cien. Con todo mi corazón oré por aquella mujer. Comprendí el poder de Dios. Era sacerdote. Como los apóstoles imponían las manos sobre los enfermos. ¿Sanó o no sanó? Pues no lo se. Lo único que se es que en nombre de Dios recibió la bendición. Dios se sirvió de mí para confortar a su hija. Regresamos. Los togolitos habían ido a visitar la casa de Bertran. En coches fuimos a cenar. Ésta fue en un restaurante e invitamos a la comunidad salesiana. Después tertulia con nuestros mosqueteros y la oración del lápiz preparada por Silvia. Momento de despedida, de regalos a quienes nos habían acompañado y un hasta que Dios quiera. Afortunadamente internet impide perder la relación con quienes fueron nuestros acompañantes: el joven de gran profundidad espiritual, Olivier; el educador responsable y siempre atento Cyrach; el siempre disponible, nuestro intérprete, Bertran; y el espabiladete y más joven Charles. Y a terminar de organizar las maletas y dormir. Pronto, a las 5 nos levantamos. Desayuno. Oración ante María Auxiliadora y en la furgoneta, con Leonard, un salesiano y los Padres Faustino y Rafael a Lome. Último amanecer en Togo. El camino largo. A mitad de él nos encontramos con el Padre Athanas, el que mañana con gran gozo acogeremos en nuestra tierra y a quien su madre había fallecido. Unos ricos plátanos y adelante. Dolor de rodilla. “Todo sea por las misiones”. Apenas descansamos hasta que alcanzamos al costa. Pero antes una imagen de las que rompen el corazón: niños cubriendo los baches mientras piden limosna. Delante de mí la costa. En el pensamiento las infernales hileras de esclavos encadenados, llevados por aquellos caminos. Para ellos el mar no era un lugar paradisiaco, sino el infierno, la puerta del no retorno. La costa de los esclavos, la que en condiciones infrahumanas eran conducidos por los cristianos europeos a las costas del Caribe y América del Norte, privados de libertad. En el recuerdo la serie que marcó mi mentalidad y nos concienció a todos del drama de este pueblo: Raices. Eran los años setenta, sin haber alcanzado la primera década de vida. Todos conocíamos a Kunta Kinte, el joven negro condenado a la esclavitud y los sufrimientos por los que pasaron los afroamericanos lograda la libertad, sometidos a la segregación racial. Allí estaba el Golfo de Guinea, con sus barcos y el puerto de Lomé. Después de recorrer la ciudad, parar para que bajase el joven salesiano y partiese en taxi a Benin, ah y sentir un gran alivio de rodillas al poder estirar las piernas y a través de una calle difícil de transitar entramos en la casa de los salesianos de Lomé. Allí fuimos acogidos por los padres. Comida, entrega de la habitación, siesta y a comprar al mercado. Fue “agobiante”. Esto sí que era conocer África. Cinco vendedores acosándote con sus productos, sin espacio físico. Pero con el encanto de saborear un mercado africano. También visitamos la Catedral, lugar donde aparcamos el coche. Después regresamos, misa con el Padre Rafael, vísperas ante una comunidad llena de jóvenes africanos, los seminaristas, cena, rosario con el sacerdote y Javier, su hermano. Descanso y a las 2 de la madrugada levantarse, ducha ah y un pollo cantando. Al aeropuerto. Allí nos despedimos con tristeza de África. Vuelo en Air Marroc con cena incluida. Amanece en África mientras nosotros sobrevolamos el desierto del Sahara. Aterrizaje en Casablanca y de nuevo al avión. Esta vez en Iberia. ¡Qué bien nos hablan en español”. Retraso de una hora por avería en una puerta. Sin la pantalla con la que en los aviones marroquíes sabíamos donde nos encontrábamos y el tiempo que nos restaba. Las azafatas amablemente nos ofrecían refrescos, pero pagando. ¡Qué diferencia entre una compañía aérea y la otra! ¡Cuánto añorábamos la comida con la que se hacía más llevadero el viaje! Después los pilotos se quejan de la fusión. Aterrizaje en Barajas. La hora de retraso provocada por Iberia nos llevó a ir contrarreloj. Todo milimetrado. Tren de cercanías y a correr que apenas nos quedan unos minutos antes que cierren las puertas del AVE. Rápido que cerramos, oí mientras el corazón parecía estallar. Y adentro con las ocho maletas. Viaje grato y comida allí y ya estamos en Valencia. Ante mis ojos, la niña de mi corazón. Martina me esperaba y qué alegría encontrarla. Imposible olvidar la primera imagen y con ella mi familia, su madre y hermana adoptiva mía Mª José, es decir, prima hermana, su marido y para mí, mi cuñado, Alfredo y como no, la mujer que en silencio sufrió mi ausencia, la persona que en este mundo más me ama y sin su testimonio de madre católica no hubiese sido sacerdote. Callada como la madre de Jesús ahí estaba, contenta de ver a su hijo. Con ellos la familia de Cecilio y feligreses míos: Maribel, su esposa, Paula y María Isabel, sus hijas, y los familiares de mis compañeras de viaje. Tertulia, regreso. Un rato en casa y antes de anochecer a Alfarrasí. ¿Terminó el viaje a Togo? No, las dos vírgenes me lo recuerdan. Constantemente lo tengo presente. Mañana nos visitará el Padre Athanás, el próximo mes el Padre Rafael. Los días siguientes a contar lo vivido. campamento en el que disfruté muchísimo con mis Juniors y mi equipo de educadores, los que se han formando conmigo, disfrutando de la buena comida de los cocineros. Después lo conocéis, revisión del diario y publicación de éste y las fotos. Fiestas. Recuerdos de una experiencia de las que marcan. Puedo afirmar con gozo y con todo el corazón agradeciendo a Dios, quien ha hecho posible este sueño convertido en realidad: “yo he estado en África, he sido por unos días misionero”. Alfarrasí a 24 de Agosto de 2012. Festividad del Apóstol San Bartolomé.

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